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La tercera Carta Encíclica de Benedicto XVI, que lleva por nombre “La caridad en la verdad”, ha sido preparada por el Papa durante dos años y firmada el 29 de junio, solemnidad de San Pedro y San Pablo. Fue presentada el pasado martes 7 de julio, víspera de la reunión del G-8 con la intención de que pueda ser una influencia moral de peso en las decisiones económicas y sociales que allí sean tomadas por los jefes de Estado de las naciones más ricas del mundo.
Este documento pontificio consta de una introducción, seis capítulos y una conclusión. En la Introducción se establece que la caridad es “la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia”, doctrina que analiza a la justicia y al bien común como los dos criterios que deben orientar la acción moral.
En el capítulo Uno, que revisa el “Mensaje de la encíclica Populorum Progressio de Paulo VI”, Benedicto XVI dice que “las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material” porque se encuentran “en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos”.
En el capítulo Dos, que analiza “El desarrollo humano en nuestro tiempo”, el Papa enumera algunas distorsiones del desarrollo, entre ellas la actividad financiera especulativa, los flujos migratorios frecuentemente provocados y la explotación sin reglas de los recursos de la tierra, hace notar que son problemas ligados entre sí y que son la razón por la cual “crece la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades y nacen nuevas pobrezas”. Agrega que el respeto por la vida “en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos” porque “cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre” y establece que otro aspecto ligado al desarrollo es el “derecho a la libertad religiosa porque “la violencia frena el desarrollo auténtico” como “ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista”.
En el capítulo Tres, titulado “Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil”, denuncia una “visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad”, explica que “el desarrollo, si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad”, señala una “necesidad de un sistema basado en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil” y advierte que hacen falta nuevas “formas de economía solidaria” porque “tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco”.
En el capítulo Cuatro, que estudia el “Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes” el Santo Padre hace notar que los Estados “están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia”.
En el capítulo Cinco, titulado “La colaboración de la familia humana”, luego de establecer que el cristianismo puede contribuir al desarrollo “solo si Dios encuentra un puesto también en la esfera pública”, el Papa Ratzinger exhorta a las naciones ricas a “destinar mayores cuotas de su Producto Interno Bruto para el desarrollo”, pues afirma que cuando se cede “al relativismo, se convierte en más pobre” todo individuo y toda sociedad.
En el capítulo Seis, que trata del “Desarrollo de los pueblos y la técnica” el Santo Padre hace notar que aunque “la humanidad cree poderse recrear valiéndose de los prodigios de la tecnología”, en realidad “la técnica no puede tener una libertad absoluta”, establece que “el campo primario de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre, es hoy el de la bioética”, previene que “la razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia” y manifiesta su temor hacia “una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos”.
En la Conclusión de la Encíclica, el Papa indica que el desarrollo “tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración”, también de “amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz”.
Es evidente que Benedicto XVI conoce el pulso de la humanidad y que, consciente del momento histórico que se vive, entre las líneas de su Encíclica presenta “la urgencia de la reforma” de la ONU y de lo que él llama “la arquitectura económica y financiera internacional”. Es claro que prevé inminentes conflictos internacionales y por eso desliza la idea de que urge “la presencia de una verdadera Autoridad política mundial que goce de poder efectivo”. El resto de esta Encíclica será escrito por los próximos acontecimientos mundiales.
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