viernes, 24 de julio de 2009

Prevenir y curar


Al ser Haas experto en recomponer situaciones deterioradas en la familia, es fácil que olvide cuánto mejor y más sencillo es prevenir que curar. Y de ahí las limitaciones del libro. Se trata mucho de autoestima, de relación, de compensaciones, etc., y muy poco de educar, de trasmitir valores. Se detallan las técnicas para establecer una relación abierta y cordial con los hijos, pero sin que se sepa muy
bien con qué objetivo. Más bien da la impresión, tan generalizada hoy en día, de que se trata sólo de lograr una vida familiar con los menos disgustos y frustraciones posibles. Sin más. También llama la atención que no se mencione el papel del ejemplo en la educación, aunque se trate al padre como un "proveedor de valores".
Y, en algunos casos, aspectos importantes resultan desvalorizados en el análisis de Haas. Así, las páginas dedicadas a la formación sexual están ancladas en un relativismo naturalista que puede resultar hasta chocante: así, la recomendación de andar desnudos por la casa si eso nos resulta "natural y cómodo", o la falta de valoración ética de la masturbación.
El libro dedica dos capítulos a los efectos del divorcio en las relaciones paternofiliales. Aquí también el terapeuta se olvida de lo más básico. "Por el bien de los hijos -afirma-, los padres que se separan tienen que cooperar". Lo paradójico es que se anime a los
padres divorciados a sacrificarse por el bien de los hijos, coordinando su actuación, apoyándose mutuamente, aguantándose, pero no se haga la misma insistencia en el esfuerzo para evitar la ruptura.
Con la aceptación cultural del divorcio como un fenómeno normal, parece también normal que en este libro se analicen con extraordinario detalle la situación posterior al divorcio (custodia, visitas, dineros, etc.), pero no la anterior, aceptando sin más la catástrofe.
Educar la voluntad
Una sensación distinta nos dejan otros dos libros, que abordan las mismas situaciones, pero con un enfoque radicalmente diferente. Cómo educar a tus hijos y Cómo educar la voluntad (2), escritos ambos por Fernando Corominas, son obras de lectura fácil y amena, con abundantes casos prácticos, que trasmiten al lector la estimulante responsabilidad de involucrarse de verdad en la educación de sus
hijos.
De un modo optimista se hace ver que los hijos no "tocan" en algún ignoto sorteo: si los padres ponen esfuerzo e interés, lo normal será que logren hijos bien educados, alegres, trabajadores y generosos.
Pero si por desidia se desentienden, si por falta de formación no saben cómo educarlos, es posible que algún día acaben preguntándose cómo ha sido posible que su angelito se haya trasformado en ese ser egoísta, grosero y maleducado.
Fernando Corominas insiste en ideas muy sencillas y concretas, pero extraordinariamente eficaces: no se trata de conseguir sin más que nuestro hijo sea ordenado, sincero o estudioso, sino de lograr que él quiera ser ordenado, sincero y trabajador. Y esto supone educar la voluntad. Trasplantado al campo de los estudios, se trata de que quieran estudiar, y de que sean constantes y ordenados. Si esto se consigue, no habrá problemas con el saber: "si quieren estudiar y
tienen hábitos de orden, constancia y responsabilidad, las buenas notas serán una consecuencia y los títulos académicos otra". La persona quiere por medio de la voluntad, que es educada básicamente en el seno de la familia.
¿Y cómo se educa la voluntad? Con el ejemplo, y de un modo personalizado y motivado, con premios y castigos que se correspondan con lo que queremos premiar y castigar: "Premiar con algo material -dinero o cosas- una buena acción, un buen comportamiento, produce en el hijo deseo de ganar más dinero en vez
de ganas de ser mejor". Y por medio de la educación temprana, basada en el conocimiento de los denominados "períodos sensitivos", que en los primeros años de la vida de nuestros hijos les facultan
para aprender de un modo fácil y atractivo: "En los ocho primeros años se desarrolla el 90% del cerebro, y en esos años quedan definidos los cimientos sobre los que crecerá la persona". Y también la educación efectiva, que se apoya en la actitud positiva del educando, la sinergia positiva, que potencia los resultados obtenidos:
"No basta que los hijos sepan que deben ser ordenados: hace falta que ordenen su cuarto, que lo ordenen bien y además que lo hagan porque quieran hacerlo. Solamente así empezarán a mejorar como personas".
Llegar antes
Pero quizás las páginas más ilustrativas de estas dos obras sean aquellas en las que el autor habla de la educación preventiva: "Educar en futuro es adelantarse en el bien, es llegar antes con el hábito bueno, es, en una palabra, prevenir. Es triste adquirir un mal hábito por ignorancia, empezar a hacer el mal sin saberlo". Es preferible llegar antes, aunque sea un año antes, que un día después.
Antes de los diez años es fácil hablar con los hijos y ser escuchado; a partir de los doce, si no se han creado los canales adecuados, si no se ha establecido un clima de confianza y comunicación, es mucho más difícil. Si, por ejemplo, queremos que nuestros hijos sean sinceros, y nos esforzamos por trasmitírselo en el momento adecuado, lo lograremos con bastante facilidad. Pero si nos encontramos con un hábito ya establecido de mentir, tendremos doble trabajo: desarraigar el vicio y trasmitir el valor.
Las técnicas descritas no son muy distintas de las que
recomendaba el Dr. Hass; pero el tono, el trasfondo y los objetivos son muy diferentes. Apenas se nos habla de autoestima, de relaciones gratificantes o de compensaciones adecuadas. Pero mucho de optimismo, de educar en futuro, de formar personas con capacidad para ser felices, libres y responsables.
Algo muy similar aparece en el pequeño volumen (3) que recoge los trabajos del X Congreso Nacional de Orientación Familiar. Este congreso, que reunió a orientadores familiares de toda España, estuvo centrado en la Familia y la Educación Permanente. Los centros de Orientación Familiar, diseminados por toda España desde hace ya más de dos décadas, centran su esfuerzo en ayudar a los matrimonios a descubrir el lado positivo y eficaz de sus responsabilidades como esposos y educadores. Tras unos años en la década de los ochenta de cierto declive, en parte por la lógica
jubilación de sus primeros promotores, han vuelto a renacer con renovados bríos en los últimos años, centrados sobre todo en cuestiones de relaciones conyugales y educación temprana.
Primeros Pasos
Destaca en este sentido la ponencia de Javier Vidal Cuadras, director del programa "Primeros Pasos". Este programa, dirigido a padres con hijos entre cero y tres años, ha sido desarrollado hace apenas cinco años por el FERT, el centro de Orientación Familiar de Barcelona. Impartido ya, además del FERT, por otros centros de Orientación Familiar, como por ejemplo ITEFA en el norte de España, se ha demostrado muy eficaz para ayudar a miles de jóvenes matrimonios a descubrir en los bebés grandes capacidades de estímulos y afectos.
Los progresos de las investigaciones pedagógicas y neurológicas han dejado ya suficientemente asentado que la etapa infantil es extraordinariamente pródiga en recursos. Parece ya algo fuera de discusión que cuanto más y mejor estimulación reciba
el niño en sus primeros años, más rápida y más completa será su organización neurológica y por tanto mayores serán sus capacidades.
El reto actual, que asumen el FERT, ITEFA y tantos otros, está en llevar a los padres el convencimiento de que sólo en el ámbito familiar esta educación es eficaz y respetuosa. Porque posiblemente la prioridad de muchos padres no estriba en que sus hijos interpreten al violín a Mozart a los cuatro años (lo que ya sucede en colegios en los que se han desarrollado proyectos siguiendo estas tendencias), sino en conseguir que sus hijos adquieran, ya desde estas edades tempranas, aquellos hábitos y valores básicos que más adelante les faciliten ser personas maduras, libres y responsables.

EL PADRE BUENO Y EL BUEN PADRE
Padres buenos hay muchos, buenos padres hay pocos. No creo que haya cosa más difícil que ser un buen padre. En cambio no es difícil ser un padre bueno. Un corazón blando basta para ser un padre bueno; en cambio la voluntad más fuerte y la cabeza más clara son todavía poco para ser un buen padre.
El padre bueno quiere sin pensar, el buen padre piensa para querer. El buen padre dice que sí cuando es sí, y no cuando es no; el padre bueno sólo sabe decir que sí. El padre bueno hace del niño un pequeño dios que acaba en un pequeño demonio. El buen padre no hace ídolos; vive la presencia del único Dios.
El buen padre echa a volar la fantasía de su hijo dejándole crear un aeroplano con dos maderas viejas. El padre bueno amanteca la voluntad de su hijo ahorrándole esfuerzos y responsabilidades. El buen padre templa el carácter del hijo llevándolo por el camino del deber y del trabajo. Y así, el padre bueno llega a la vejez decepcionado y tardíamente arrepentido, mientras el buen padre crece en años respetado, querido, y a la larga, comprendido.

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